Al
final lo mataron, ni siquiera lo consideraron digno de morir dentro de la
ciudad, lo sacaron fuera de la ciudad, donde no moleste más. Ni siquiera lo
consideraron digno de que lo acogiese la tierra, querían que quedase como
carroña para las aves de rapiña.
Así
ocurre: del amor al odio no hay más que un paso -así dice el refrán- o
podríamos decir que son las dos caras de una misma realidad, una cara es la que
se deja iluminar por la verdad y la otra es la que opta por la oscuridad.
En
aquel momento pesaron más los intereses creados de las autoridades judías, el
miedo de la gente que no quiere comprometerse y prefiere que le den las cosas
hechas, el no querer distinguirse para no buscarse complicaciones, la
deslealtad de los que se llamaban amigos... y lo dejaron solo, le dieron la
espalda, optaron por la muerte y siguieron la fiesta.
Hoy
volvemos a encontrarnos frente la espada y la pared, se trata de opciones, o
nos declaramos de los Asuyos@
con todas las consecuencias o nos ponemos en la contra.
Un
autor estoico, de Siria escribía en el siglo II: A)qué
ganaron los atenienses haciendo morir a Sócrates, un crimen que les costó el
hambre y la peste? )Y qué ganaron los samios quemando a
Pitágoras? En un momento su país se vio cubierto de arena. Y )qué
provecho sacaron los judíos ejecutando a su sabio rey, si a partir de aquella
época se les quitó su reino? En efecto, con toda justicia Dios vengó a estos
tres sabios@
El
VIERNES SANTO de la humanidad se vuelve a repetir cada año y la humanidad
seguirá soportando no el castigo ni la venganza de Dios -como dice el escritor
sirio- pero sí las consecuencias de haber optado por las tinieblas y la muerte
y temerle a la VERDAD
AUNA
EQUIVOCACIÓN FATAL@
Los
sumos sacerdotes querían matarlo pero los argumentos no acababan de tenerlos
muy claros, por otro lado, deseaban un fuerte escarmiento para el que los había
puesto tantas veces nerviosos; querían la cruz para Jesús pero eso no lo podían
hacer ellos.
Podían
haberlo apedreado, pero era demasiado expuesto y, el único argumento serio que
tenían, era el ridículo que había sentido el sumo sacerdote Caifás al no querer
contestarle Jesús, que lo consideraba como un desprecio a la autoridad.
A
Pilatos le obligaron a que firmara la sentencia y eso no le agradó. Escribió en
la tablilla que indicaba el motivo de la muerte: IESUS NAZARENUS REX IUDEORUM.
Lo escribió en latín, griego y hebreo.
Cuando
los sacerdotes vieron la inscripción se sintieron ofendidos y quisieron
obligarle a que escribiera: AHa
dicho: yo soy rey de los judíos@,
pues con lo que estaba escribiendo estaba afirmando que lo era y Pilatos muy
enfadado contestó: (No se cambia nada!
ALo escrito, escrito está@
con lo cual, sin pensarlo, ni pretenderlo, hacía que todas las piezas del
rompecabezas fueran encajando y se cumpliera, incluso lo que el mismo Jesús
había dicho: ACuando yo sea levantado...@
indicando de qué muerte iba a morir.
Produce
un escalofrío especial el pensar en Jesús en lo alto del Gólgota, allí, de pie,
destrozado, rodeado de un gran número de gente gritándole e insultándolo,
frente a la cruz, en la que dentro de unos momentos lo van a clavar, con las
manos amarradas atrás todo el tiempo, como si hubieran sido armas mortales,
cuando no hizo con ellas otra cosa que curar enfermos y bendecir a niños y a
gente sencilla. Allí se encuentra solo, en medio de dos bandidos que también lo
insultan.
Allí,
muy cerca, está su madre y María, su amiga incondicional. Han venido todo el
rato a su lado durante el camino, y ha venido sintiendo los gemidos de su
madre. Es el único consuelo que ha sentido en todo el rato.
En
paralelo con Jesús, se va dando otra pasión no mucho menos fuerte que la suya,
es la pasión de María, que la sufre en su alma con un dolor no físico sino
moral y espiritual tremendo.
En
lo alto de la cruz, Jesús se debate con la muerte y, en el suelo, a sus pies,
su madre abrazada a la cruz se retuerce contra el sinsentido y el dolor que le
produce la muerte de su hijo.
La
sangre se desliza por el tronco tosco de la cruz y llega hasta las manos de
María. En este momento, siente en ella como el eco de otra sangre de su hijo,
en el momento de su nacimiento. Son los dos momentos cumbres en los que ambos
están solos, alumbrando en el dolor una nueva realidad.
También
suenan como un eco las palabras que le ha oído en varios momentos: aún no ha
llegado mi Ahora@. Recuerda aquel en que en Caná llegó a
sentirse mal ante la respuesta que le daba: AAún
no ha llegado mi hora@ (Jn. 2,3), pues no entendía de
qué Ahora@
se trataba.
Esta
es la Ahora@
de Jesús, es el momento cumbre en el que va a realizar en plenitud toda su
obra, en el que va a agotar todos los
recursos, es el momento en el que el hombre da todo lo que tiene y cuando ha
llegado al fin, ahí empieza a desplegarse toda la potencia de Dios.
La
cruz no solo es el paso supremo y forzado para la resurrección, sino también la
condición para el nacimiento de la iglesia.
Jesús
ha inaugurado una nueva relación, una nueva forma de familia que nace
enganchada, no en la sangre sino en el Espíritu y crea unas relaciones
completamente nuevas y más fuertes que la misma sangre.
El
momento del calvario junto con el de Getsemaní, son dos momentos que rompen
todos los esquemas: en el primero, ver a todo un Dios abatido, reducido al
absurdo, a la impotencia, al anonadamiento... eso es algo que supera todos los
cálculos. Ahora colma ya el vaso: el
momento en la cruz es escandaloso. Lo han desnudado, le han quitado todo, hasta
el manto que su madre le había hecho (No se lo han roto, ha quedado integro...
el manto representa el espíritu, su dignidad) Se ha quedado absolutamente en el
aire, en la más absoluta indefensión, burlado de todos, deshecho, solo,
defraudado... todo se le ha vuelto en contra, no ha sido entendido y termina
odiado...
Siente
sobre su carne lo máximo que puede sentir un ser humano: el abandono de todos,
de todo y hasta de Dios, se ve abocado al absurdo, al sinsentido... solo le ha
quedado integra su dignidad, el amor de su madre y su lealtad a su Padre que la
ha mantenido inquebrantable.
Ha
llegado al extremo al que puede llegar un hombre, sin abrir la boca, sin
protestar, sin poner condiciones. Su última palabra es un grito desgarrador
apelando a lo único que le queda y, como humano, hasta en eso ha sentido que se
encontraba solo.
Jesús
apuró hasta la última gota, hasta el punto en que el hombre, perdido, se
entrega y se pone en manos de Dios, y el olor a muerte de aquella sangre que se
corrompía, empezó a cambiar y, en aquel cadalso, empezó a brotar la vida (Lc.
23,44-45)
Es
la AHora@
Suprema y el velo del templo se rompe en dos; es la hora en que se marcan las
distancias entre las dos alianzas; es la AHora@
en que la tierra se estremece al recibir en sus entrañas a su creador y al
autor de la vida, al que es la levadura que hace la transformación del universo
entero.
La Muerte de
Jesús
Alrededor
de las tres de la tarde Jesús estaba ya exhausto, había perdido mucha sangre y
su naturaleza estaba ya rota; llevaba dos días sin dormir, sin comer, sin
sentarse, recibiendo golpes; por último le habían cargado la cruz y tuvo que
subir al Gólgota. La cruz ahora lo asfixiaba al mismo tiempo que perdía la poca
sangre que le quedaba.
Jesús
llegó a sentir todo el dolor humano físico, moral y espiritual juntos: el
abandono de todos y de todo le helaba los huesos... )Es
posible que fuera mentira todo lo que había vivido y experimentado durante
aquellos años? )Sirvió de algo todo lo que
hizo, todo lo que dijo...?
A
eso de las 4´30 de la tarde llegó José de Arimatea con el permiso para bajarlo
de la cruz y darle sepultura, pues a los crucificados los dejaban que se los
comieran las aves de rapiña. Se trajo unas cien libras de una mixtura de mirra
y áloe para embalsamarlo. Ya hacía más de una hora que había muerto y, con
Nicodemo, intentaban bajarlo. Toda una operación bien cruel. Juan intentaba
mantener un poco apartada a la madre de Jesús que estaba al borde del colapso.
Debían
hacerlo rápido, pues el tiempo se les echaba encima y debían tenerlo enterrado
antes que se escondiera el sol, pues entraban en el sábado y, para ellos dos,
era bien complicada la bajada de la cruz.
La
escena debió ser tremenda: cuando el cuerpo de Jesús iba a tocar el suelo, su
madre se abrazó al cuerpo de su hijo desesperada. La imagen tradicional que nos
presenta la imaginería no puede llegar a captar la carga de ternura y de dolor
que esa imagen tiene.
El
dolor había superado ya las lágrimas y todos intentaban limpiar el cuerpo de
Jesús, roto por las heridas y los golpes, como quien limpia el cuerpo de un
niño tierno.
La
imagen de María con su hijo muerto, en sus brazos, es tremenda: ella lo entregó
al mundo como el regalo que Dios hacía a
todos y el mundo se lo devuelve roto, destrozado, muerto; esa es la obra del
hombre.
(Qué
tristeza! Este momento tan fuerte tienen que ser dos extraños los que lo hacen,
pues los que dos días antes se disputaban en el cenáculo quien era el más
cercano a Jesús, ahora no aparece ninguno. Lo bajarían de la cruz y le darían
una sepultura digna un fariseo; Nicodemo y un saduceo: José de Arimatea.
Las
mujeres no estaban muy de acuerdo con hacer lo que José de Arimatea había
traído para ungir el cuerpo de Jesús y
ellas querían hacerlo a su manera y con otros perfumes, entonces arreglaron a
toda prisa el cuerpo y lo dejaron para continuar en cuanto llegase el lunes a
primera hora.
Juan
se sentía deshecho y abochornado: por allí no apareció ninguno de los
compañeros. En su cabeza sonaban como un eco las palabras de Jesús diciendo: AHerirán
al pastor y se dispersarán las ovejas@
(Cómo los conocía Jesús!
Lo pusieron
en el sepulcro de José de Arimatea, estaba nuevo sin estrenar; él se lo había
hecho para su familia. A eso de las 6 de la tarde ya corrieron la piedra para
dejarlo asegurado y decidieron volverse a Jerusalén, puesto que ya se oían las
trompetas del templo que anunciaban el sábado.
Juan
tuvo que forzar a las tres mujeres que se resistían a dejarse a Jesús en el
sepulcro. Les parecía mentira lo que acababan de vivir, aún no podían creer que
Jesús hubiera quedado allí enterrado.
Por
su lado, Anás, Caifás y los miembros del Sanedrín se sentían felices de la
pesadilla que se habían quitado de encima, pero estaban temiendo que los
seguidores de Jesús se pusiesen de acuerdo y tramasen una última jugada,
robándose el cuerpo y podían salir diciendo que había resucitado, como Lázaro,
y todas las cosas que andaban diciendo.
Para
asegurarse de que aquello no ocurriera, pusieron dos soldados cuidando el
sepulcro, hasta que desapareciese el peligro.
Juan,
con su madre, con María Magdalena y la madre de Jesús se fueron a casa de
Marcos a pasar la noche y allí fueron llegando a última hora Santiago y Pedro;
los otros discípulos estarían escondiéndose por todas partes. Juan les estuvo
contando lo que había ocurrido último y cómo José de Arimatea lo había
enterrado en su sepulcro.
Estaban
todos demacrados; Pedro había envejecido años, cada uno contaba cómo lo había
pasado y Pedro no pudo contener el dolor que le amordazaba pues se había
asustado ante una mujerzuela y había negado a su amigo. Cuando lo vio pasar por
el patio del sumo sacerdote y se cruzaron las miradas sintió ganas de que se lo
hubiera tragado la tierra. Ahora lloraba como un niño con un dolor que le
atravesaba. Nunca habían visto a Pedro con una imagen de hundimiento tal. Pedía
perdón como un niño. Todos estaban con la cabeza gacha avergonzados.
La
madre de Jesús no podía aceptar lo que había pasado, en su rostro estaba
marcado el dolor profundo pero en sus ojos había una luz especial mientras decía: esta es la última palabra de los
hombres pero Dios tiene la última palabra y esa no está dada. El no va a dejar
esto así.
María
Magdalena empezó a repetir cosas que le había
oído y cada uno empezó a traer a su mente todas las escenas y todas las
palabras que le había visto y oído a Jesús.
Así
pasaron la noche entera, recordando y repitiendo cosas que había dicho el
Maestro.
El
sábado estaban todos cansados y pasaron todo el día encerrados en casa de
Marcos; allí fueron llegando algunos de los que habían quedado en Jerusalén.
Todos
estaban destrozados y las mujeres la única preocupación que tenían era que
Jesús no había quedado bien enterrado, no tenía los perfumes que ellas les
hubiera gustado y esperaban impacientes que llegasen las doce de la noche para
irse al sepulcro.
No
esperaban más nada; lo único que les quedaba era el recuerdo hermoso de un ser
extraordinariamente grande que había sido víctima de la injusticia que sufrían
todos los pobres y que no quedaba más remedio que conformarse.
Este
último gesto quería ser la expresión viva de lo que Él había sido para ellas.
Ninguno podía esperar que Cristo resucitase a pesar de que se lo había dicho.
Eran demasiados sueños los que se habían venido por tierra como para ponerse a
pensar en estos momentos en semejantes locuras.
HOY:
Han
pasado muchos años, y ya sabemos que Cristo resucitó, que venció la muerte, que
abrió nuevos caminos, que nos abrió a todos un horizonte nuevo, que nos dejó la
certeza de que la muerte no es el final de nuestro camino, que aquí podemos
comenzar lo que soñamos y esperamos encontrar...
Sin
embargo, seguimos prefiriendo la muerte, embarrarnos en la desesperanza, negar
el futuro, amarrarnos a lo perecedero y caer en el absurdo...
La
historia sigue, desgraciadamente, repitiéndose con los mismos esquemas y en las
mismas circunstancias. Y seguimos queriendo enterrar la verdad, la justicia, el
amor y la paz y no nos damos cuenta que es la mayor equivocación, pues son
semillas que, al querer enterrarlas, surgen otras nuevas nacidas en el corazón de cada ser humano.